El día después de las buenas acciones


buenas acciones

Al poco tiempo que las bolsas de plástico se hicieran muy populares, comenzaron las primeras campañas fomentando su reutilización, desde hace ya unos cuantos años no nos es extraño ver frases del estilo "no arrojar bolsas de plástico ayuda a preservar el medio ambiente". Obviamente la idea es que si tiramos un menor número de estas bolsas, la naturaleza se beneficiará y que además, si estas acciones ejemplares son repetidas por todos nosotros, se puede generar un beneficio inmenso.
Pero con este tipo de acciones, en el ideario popular también está latente otra idea: que un buen comportamiento conduce a un círculo virtuoso, es decir, hacer una buena acción nos induce a un estado mental positivo, lo que nos llevará a hacer más buenas acciones.

Sin embargo y como algunas investigaciones lo han demostrado, la conducta humana no funciona así en absoluto, muy por el contrario, pequeños actos individuales de comportamientos virtuosos, en realidad, nos predisponen a comportarnos peor.

Por ejemplo, una serie de estudios llevados a cabo hace unos años en la Universidad de Yale determinó que los estudiantes que participaban en actividades solidarias y de beneficencia eran más propensos a adquirir artículos de lujo, como ropa de diseño o teléfonos celulares más caros, que aquellos alumnos que no participaban en actividades benéficas. ¿Por qué ocurre esto?
Porque cuando tenemos un comportamiento positivo, de forma inconsciente aumentamos nuestra propia imagen y cuándo posteriormente se presenta la oportunidad de disfrutar de algo más superficial nos sentimos mejor preparados para neutralizar la dosis de autocrítica que a menudo acompaña al comportamiento indulgente, o sea, nuestro comportamiento virtuoso nos otorga cierta inmunidad para posteriormente cometer pequeños pecados.


Zona positiva y zona negativa

Un buen ejemplo de este efecto de "concesión de licencias" es la investigación realizada en un supermercado por el profesor Sam Hui de la Universidad de Nueva York, en la cual se dividieron en zonas toda la superficie del establecimiento, por ejemplo, los sectores donde se encontraban las bebidas azucaradas o los productos ricos en grasas saturadas se catalogaron como "zona negativa", en cambio los sectores donde se hallaban frutas, verduras y demás productos saludables se clasificaron como "zona positiva". Los sectores que no correspondían a ninguna de las dos categorías se les denominaron "zona neutra".
A cada carrito de compra se le colocó un dispositivo de seguimiento, por lo que el movimiento de los consumidores a través del establecimiento quedaba registrado.
El resultado fue que un alto porcentaje de clientes que compraba en una zona positiva tendían a comprar inmediatamente después en zonas negativas.


Como táctica publicitaria

Los publicistas, que parecen conocer muy bien los cerebros de los consumidores, también aprovechan este "efecto", por ejemplo, hace un tiempo la cadena de comida rápida "Subway" para promocionar sus bocadillos de bajas calorías, creó una pieza publicitaria en la cual un marido se levanta de madrugada, enciende la luz de la sala de estar y encuentra a su mujer en el sofá consumiendo una gran porción de helado, en ese momento ella al ser sorprendida "in fraganti" le dice " ...en el almuerzo comí bocadillos Subway" a modo de justificación. No sabemos si Subway vendió mucho con este anuncio, pero lo que queda muy en claro es como se hizo funcionar este tipo de comportamiento.
Sí prestamos atención, es una técnica muy utilizada por los anunciantes, ya que avalar una transgresión después de haber hecho algo "bueno", como hemos visto, es una idea generosamente aceptada por nuestro raciocinio.


Para terminar...

El truco para no caer en esta "trampa" es simplemente ser conscientes de los efectos de nuestras propias acciones. Pequeños actos positivos no tienen porqué actuar como neutralizadores de nuestra autocrítica. Está muy bien no tirar una bolsa de plástico, pero no pensemos que por ello hemos salvado el mundo, en su lugar, aprovechemos esa oportunidad para recordarnos que el verdadero compromiso es en realidad, un proceso de largo plazo.



Distancias intercambiables: espacio y tiempo


Distancia espacio tiempo

Imagínese que a usted le dicen que dentro de un mes comenzará a trabajar en una empresa que está ubicada a unas pocas calles de su casa. Ahora imagine que le comunican que dentro de un mes comenzará a trabajar en una empresa pero en otra ciudad de la cual reside. ¿En cuáles de estas dos instancias piensa usted que ese mes transcurrirá más lentamente? Según una investigación, el tiempo nos transcurrirá más lentamente si el puesto de trabajo es en nuestra propia ciudad.

Dicha investigación fue realizada en la Universidad de Toronto a fines de año pasado y demuestra como la percepción de la distancia física puede filtrarse en nuestra percepción de los espacios de tiempo. El resultado de esto es la forma en como podemos percibir el paso del tiempo en determinadas situaciones.


El tiempo y la distancia pueden ser intercambiables

El punto de partida de esta investigación es que la mente puede confundir distintos tipos de distancia, esto significa que un valor considerable en un tipo de distancia (por ejemplo la distancia física) puede reducir la sensibilidad en un segundo tipo de distancia (la distancia temporal). Por tanto, seremos más conscientes del paso del tiempo cuando el suceso (el nuevo trabajo) se desarrolle físicamente cerca.

Pongamos un ejemplo al revés: la idea de tener que correr diez kilómetros suena más desalentador si lo tenemos que hacer ahora, que si lo debemos hacer dentro de un año, esto es porque una mayor distancia temporal conduce a una menor sensibilidad, ya que diez kilómetros lucen más extensos en lo inmediato que en un futuro lejano.


Tanto en un punto geográfico distante como en un futuro lejano, existe un retroceso en el enfoque de la experiencia inmediata, lo que conduce a un menor compromiso (con incrementos específicos).

En uno de los estudios, los participantes que completaran una encuesta recibirían una pequeña suma de dinero como premio. Dicho dinero se podía cobrar de dos formas diferentes, mediante un pago online por valor de 50 dólares, la segunda opción consistía en cobrar mediante un pago online de 65 dólares pagados en tres cuotas. Se les comunicó que los pagos eran online debido a que el banco que haría los pagos se encontraba en otra ciudad.
Los resultados fueron que el 71% de los participantes eligieron la segunda opción y el 29% la primera. Normalmente las personas tienen dificultades para trascender el aquí y el ahora a cambio de una recompensa mayor en el futuro (esta es la razón porque nos cuesta tanto ahorrar) pero en este caso una percepción de mayor distancia de la ubicación del banco hizo disminuir la sensibilidad de las personas.

En otro estudio se les solicitó a un grupo de personas que imaginaran que recibían un pase gratuito para un museo que estaba en una ciudad distante 30 kilómetros del lugar donde residían. A la mitad se les dijo que su pase era para dentro de una semana y a la otra mitad se les manifestó que su pase era para dentro de un año. Aquí la distancia se mantuvo constante y lo que varió fue el tiempo.
Los resultados indicaron que, en una escala de 1 a 7, a los participantes que se les indicó que debían asistir en una semana, percibieron los 30 kilómetros como más largos (4,45), que quienes lo debían hacer dentro de un año (3,54).


En base a estas afirmaciones, si usted guarda su dinero en un banco que se encuentra lejos, será menos probable que trate de echar mano de sus ahorros antes, que si el banco está cerca de donde reside.

Para terminar...

Estos resultados proporcionan una visión interesante de cómo los distintos tipos de distancia (espacial y temporal) parecen compartir una medida común profunda en nuestra mente. Los seres humanos tratamos los diferentes tipos metafóricos de “distancia”, como por ejemplo un futuro lejano, de forma muy similar a como tratamos las distancias físicas.



La libertad y los orígenes de la locura moderna


libertad locura moderna

Los seres humanos que vivimos en la actualidad, al menos muchos de nosotros, lo hacemos en sociedades democráticas, relativamente prósperas y que ofrecen a sus miembros numerosas opciones de vida, opciones que personas que vivieron en otras épocas no tuvieron. Es decir, experimentamos la vida de manera diferente.

Las sociedades modernas como las conocemos hoy, comenzaron a conformarse en la Inglaterra del siglo XVI con una nueva forma de conciencia social que se llamó "nacionalismo", como nuevo marco cultural de modernidad.
El nacionalismo implicaba una realidad social diferente, o sea, una comunidad soberana de miembros relativamente iguales (una nación) y de forma esencialmente democrática. Este nuevo concepto reduce drásticamente la relevancia de la religión y aún cuando las creencias religiosas se adaptaron a este nuevo entorno social, era totalmente diferente, es decir, la conciencia fundamentalmente religiosa y jerárquica, fue quedando relegada en beneficio de una forma de comunidad más similar a cómo viven las sociedades occidentales hoy en día.

Entre otras cosas, esta nueva conciencia moldeó a un nuevo individuo, esto implicó que existía la opción de decidir lo que se quería ser, lo que animó a las personas a darse cuenta, en mayor o menor medida, del concepto moderno de libertad, o sea, impulsó al individuo a tener derecho a definir su propia identidad.


Los costos de la libertad

Por desgracia, todos estos beneficios vinieron acompañados de costos imposibles de ignorar, el hecho de asumir un nuevo estatus de libertad individual puede dar forma a una identidad individual problemática, es decir, un miembro de una nación puede no saber reconocer su papel en la sociedad como lo haría una persona que creció en un orden esencialmente religioso, no igualitario, donde la posición social de los individuos estaba ya definida desde su nacimiento.

El individuo moderno debe decidir quien es, debe construir su propia identidad. Esta nueva cultura ya no proporcionaba a las personas una orientación coherente, por el contrario, proporcionaba una orientación inconsistente solamente guiados por el entorno cultural, que de hecho puede resultar bastante desconcertante.
Dicha insuficiencia sociocultural se denomina "anomia" y es reconocida como uno de los problemas de las sociedades modernas.


Para muchas personas la necesidad de construir una identidad propia, o sea, de elegir que hacer con uno mismo se convirtió en una carga insoportable.

Al mismo tiempo que la sociedad inglesa se redefinía como una nación, comenzaron a aparecer una variedad hasta ese momento desconocida de enfermedades mentales y a diferencia de las enfermedades mentales ya conocidas, éstas se expresaban en grados de trastornos y disfunciones de los cuales los síntomas más comunes eran la inadaptación social, la incomodidad crónica con uno mismo, el odio a si mismo, la megalomanía y el desinterés total de su propia existencia. En particular estos padecimientos se expresaban con una anormal excitación extrema y/o una tristeza paralizante.

La esencia del nuevo desorden era su cualidad ilusoria, o sea, la incapacidad de distinguir entre el mundo interior y el exterior. No es casual que frases como "perder la razón" (losing one’s mind) o "no ser uno mismo" (not being oneself) tienen su origen en la Inglaterra del siglo XVI, como forma de definir esta forma de desadaptación e incapacidad social.


Este tipo de trastorno (al menos con la frecuencia que se aprecia en los últimos siglos) se puede decir que es un fenómeno reciente para la raza humana.

Ninguno de los términos del extenso vocabulario médico de la época (que incluía a numerosas categorías de enfermedades mentales) era aplicable a esta la nueva enfermedad, tampoco podía ser tratada con los mismos medios con que se atendían las enfermedades mentales conocidas hasta ese momento. Por tanto se requiere un nuevo término, se la llamó "locura" (madness), muchas de las personas diagnosticadas con este mal son internadas en el Hospital de Bedlam, el primer hospital psiquiátrico de Europa, es precisamente allí dónde se hacen los primeros estudios referidos a la especialidad médica que posteriormente se llamará "psiquiatría" y hasta se realizó una legislación especial en relación a esta nueva enfermedad.

Recién tres siglos más tarde será clasificada en los distintos síndromes de la esquizofrenia y los trastornos afectivos o de estado de ánimo (los depresivos y los bipolares).



¿Por qué la promiscuidad está socialmente mal vista?


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Lo cierto es que los seres humanos estamos adaptados biológica y psicológicamente a una muy variada gama de relaciones: relaciones de corto y largo plazo, circunstanciales, más comprometidas, menos comprometidas, monogamia, poligamia, etc. Es decir, somos bastante pluralistas a la hora del sexo. Dichas estrategias de apareamiento las elegimos de acuerdo con nuestro género, atractivo físico y las características determinadas por nuestro entorno sociocultural. Esta flexibilidad nos permite una considerable diversidad en las estrategias de apareamiento.

A pesar de ello, al ser seres intensamente sociales y morales, las personas a menudo no nos conformamos con simplemente elegir la estrategia de apareamiento que mejor se adapte a nosotros. Frecuentemente, también tenemos la tendencia a emitir juicios sobre el comportamiento sexual de los demás. En este sentido la promiscuidad ha tenido históricamente una dura desaprobación, algunos lo atribuyen a la influencia de la iglesia que históricamente ha sido una potente promovedora de la moral sexual. Pero explicar la moralidad sólo en términos religiosos sonaría superficial y si queremos analizar esto desde un punto de vista científico, lo más racional sería encontrar una respuesta en nuestra historia evolutiva.


La promiscuidad en nuestra historia

Hace un tiempo, el psicólogo Nicholas Pound de la Universidad Brunel de Londres publicó en la revista "Archives of Sexual Behavior" una teoría basada en conceptos evolutivos de certeza de paternidad e inversión parental. Dichos conceptos se refieren a que en los entornos sociales dónde la mujer es más dependiente económicamente de su pareja, la gente tiende a condenar la promiscuidad con mayor severidad.

En las sociedades dónde las mujeres son más dependientes de los hombres, estos últimos deben proporcionar los recursos para sus hijos (inversión paterna), o sea que tanto madres como padres tienen mayor interés en que los padres puedan identificar a los hijos como propios. La promiscuidad debilita esta certeza de paternidad, por consiguiente, es más condenada en ambientes de mayor dependencia femenina.

Un equipo de la Universidad Brunel puso a prueba esta hipótesis mediante dos estudios paralelos y constató que en las comunidades donde la mujer gana mejores salarios, la actitud hacia la promiscuidad es más relajada. En el otro extremo, se encontró que en los ambientes dónde las mujeres eran más dependientes económicamente, la promiscuidad estaba peor vista.
Según el estudio, esta relación entre la dependencia económica de la mujer y la moral anti promiscuidad se mantuvieron incluso después de incluir otros factores que influyen en la moral sexual, como el conservadurismo político y la religión.
Por otra parte, la actitud hacia la promiscuidad estaba específicamente relacionada con los ingresos de la mujer, no con los ingresos del hombre.


La dependencia económica femenina es el factor más poderoso contra la tolerancia a la promiscuidad, mucho más que la religiosidad o los conservadurismos políticos.

Estas conclusiones nos muestran cómo la gente juzga el comportamiento sexual de los demás en diferentes entornos sociales, en las comunidades donde las mujeres ganan menos, la gente es más hostil hacia comportamientos que son percibidos como promiscuos, como la poligamia, la homosexualidad, etc. En dichos ambientes, muchas personas tienden a pensar que las personas promiscuas merecen cualquier problema que les suceda. Por ejemplo, si se percibe que un embarazo es producto de un comportamiento promiscuo, es probable que se catalogue como un castigo.

Quizás estos resultados expliquen porqué la iglesia tiene una posición tan negativa con respecto a la promiscuidad: porque justamente la iglesia prolifera en ambientes donde existe una alta dependencia económica de la mujer.



¿Son las grandes organizaciones empresariales un fallo de la evolución humana?


Si tenemos en cuenta la historia del hombre sobre la tierra, las grandes sociedades empresariales son algo muy reciente para el ser humano... y para algunos científicos, además, son un desajuste evolutivo. Veamos por qué.


empresa evolución humana

Si hay algo que caracteriza al ser humano es que no es inmune a sí mismo, a lo largo de nuestra evolución hay claros ejemplos de que, en algunos casos, el medio ambiente que hemos construido puede no estar diseñado de manera óptima para nosotros.
Hace un par de semanas hablamos de algunos desajustes evolutivos que tiene nuestro cerebro y seguramente sigamos indagando en el tema porque hay muchos más. Por ejemplo, la pandemia de obesidad que se vive en las sociedades occidentales actuales, producto de que nuestro cerebro "aprendió" a sentir ganas de comer alimentos ricos en azúcar y grasas saturadas, desconocidos para nuestros antepasados lejanos.


Multinacionales, crisis y estrés

Muchos psicólogos evolutivos piensan que las grandes organizaciones empresariales son parte de ese desajuste evolutivo también. Echemos un vistazo a estas cifras: las investigaciones arrojan que las direcciones de las grandes empresas tienen un nivel de fallo de entre un 35 y un 50%, o sea, que estas organizaciones están lideradas por individuos que cometen demasiados errores. Y otro dato es que las encuestas empresariales reportan que la parte más estresante del trabajador de una gran organización, es la interacción con la jerarquía superior inmediata, o sea, su supervisor.

Estos datos nos dan la pauta de que tal vez estamos siguiendo a personas a las que nuestros antepasados no necesariamente hubiesen tenido la necesidad de seguir. Este desajuste en el liderazgo no es realmente sorprendente, ya que nuestros cerebros evolucionaron en sociedades familiares pequeñas, sencillas y dónde había un líder notorio y visible y ahora de repente tenemos que interactuar a diario con completos extraños en organizaciones jerárquicas enormes, que involucran a miles de personas.

¿Cómo resolver este desfase evolutivo que significan las grandes organizaciones? Quizás no nos quede otra alternativa en el sentido de que la selección darwiniana haga su trabajo, de manera que nuestra mente se adapte poco a poco a las nuevas realidades organizativas, pero este proceso podría tardar millones de años. Una buena solución podría ser rediseñar nuestras organizaciones para que sean más acordes con nuestra historia evolutiva. En tal caso veamos cuatro ejemplos que deberíamos tener en cuenta:


a) Lo pequeño vale oro: ¿Es sorprendente que en prácticamente todo el mundo las empresas familiares y microempresas estén floreciendo a pesar de la crisis actual? Sin dudas que no, nuestros cerebros evolucionaron en grupos reducidos unidos por un control social informal. Las organizaciones pequeñas significarán menos jerarquía, menos control formal y más énfasis en el trabajo de equipo.

b) El problema de los mandos medios: Nuestros cerebros no están preparados para recibir órdenes de personas que no están en la parte alta del grupo y menos aún cuando las órdenes son trasmitidas a través de una gran cadena organizativa. Es por eso que no nos gustan los mandos medios. Para algunos psicólogos, la autoridad jerárquica multinivel es un gran desajuste evolutivo.

c) Falta de liderazgo: En las grandes organizaciones modernas ante la falta de liderazgo se hace hincapié en los métodos, en la gestión y en los objetivos como forma de convencer o seducir a las estructuras jerárquicas más bajas. Esto no está en consonancia con el liderazgo de los ambientes ancestrales en dónde sólo se seguía a determinada persona en función de sus cualidades personales y su carisma. O sea, si no puedo persuadir no puedo ser líder.

d) Evitar líderes tiránicos: Durante la mayor parte de nuestra historia los desafíos fueron físicos (caza, defensa del grupo, etc.) debido a ello, la mayoría de las personas buscaban la protección de líderes de tipo agresivo-dominante, pero también es sabido que el grupo, por lo general, ejercía cierto control sobre dicho líder, que sabía que una revuelta o la expulsión del grupo era equivalente a una muerte casi segura. Esto ya no es así, en las organizaciones modernas no es nada fácil expulsar a los líderes tiránicos. Hoy en día, dónde los costos de un conflicto son inmensos, tales líderes hacen más mal que bien. Hay una frase que dice: si elegimos guerreros para guiarnos, no nos quejemos de que vivamos siempre en guerra.